En un artículo anterior, «El componente violento de los cuentos tradicionales«, traté sobre el significado del ingrediente violento presente en la mayor parte de los cuentos maravillosos. Blancanieves constituye un buen ejemplo de su importancia y revela, además, otras facetas del valor terapéutico del relato infantil.
El cuento de Blancanieves, de trama sencilla y aparentemente ingenua, esconde un entramado simbólico que, aunque no es apreciable por el niño a nivel consciente, le ayudará a elaborar parte de sus conflictos psíquicos del nivel inconsciente.
La trama del relato gira en torno a los celos que la madrastra siente hacia su hija, celos irreprimibles y, tan desmesurados, que le llevan a desear su muerte. La reina encarna una doble simbología: por un lado, representa el poder absoluto de los padres (imagen reforzada por su condición de reina); y, por el otro, constituye un ejemplo de narcisismo patológico: pretende ser la mujer más bella del mundo, más bella, por tanto, que su hija, y se siente amenazada por el crecimiento de la princesa, llamada a reemplazar a su madre-reina cuando llegue a la edad adulta. Tanto es así que, en muchas versiones del cuento (por ejemplo, en la transmitida por los hermanos Grimm), la madrastra manda cocinar algunas partes del cuerpo de la niña apresada por el cazador, con el fin de incorporar sus cualidades.
La Madrastra
En realidad, la madrastra cruel representa para el niño aquella parte de la madre real vivida como temida u odiada. La ausencia del padre, apenas mencionado al principio del cuento y figurado indirectamente en el personaje del cazador, contribuye a intensificar la supremacía del personaje femenino.
Hasta aquí la caracterización de la reina malvada pero, ¿cómo hemos de interpretar la actuación de la princesa? La niña percibe inmediatamente la bondad de la pequeña Blancanieves, protagonista indiscutible, y se identifica con ella. Igual que el personaje de ficción, desea adquirir las características de la madre idealizada, esa madre cargada de autoridad y belleza simbólicas en el cuento. A medida que crece, la hija se encuentra a sí misma más bella que la madre, cuyo envejecimiento se hace patente al alcanzar la madurez. En el relato, el espejo sirve para confrontar a ambas mujeres y, en su mágica objetividad, confirma una y otra vez la superioridad de la pequeña.
La Niña
Dada esta rivalidad edípica, corresponde a la niña enfrentarse al conflicto para asumir su propio crecimiento. Si bien en un principio la princesa opta por huir, el refugio en la casa de los siete enanitos le proporcionará tan sólo un cobijo (material y afectivo) temporal. Los siete enanitos, que en las versiones más antiguas figuran como una unidad, sin que se les pueda distinguir por su personalidad o por sus nombres, constituyen un contrapunto de la evolución de la joven. A diferencia de Blancanieves, carecen de vida familiar: no tienen padres, ni esposas, ni hijos. Son como unos niños cuyo desarrollo psíquico se hubiera detenido antes de tiempo, mientras sus cuerpos envejecían al ritmo natural. Junto a ellos, la niña adquiere aptitudes y destrezas de los adultos: aprende a responsabilizarse de las tareas de la casa y del bienestar de sus nuevos compañeros de aventuras, a los que atiende, asea y enseña modales como de verdaderos niños si se tratara.
Sus progresos le preparan para volver a enfrentarse a los desafíos de la madrastra, pero las habilidades domésticas no bastan para asumir las dificultades de su psiquismo. Es entonces cuando Blancanieves sucumbe ante la tentación de la manzana (claro símbolo del desarrollo sexual) y se sumerge en un estado de sueño-muerte que le permitirá después renacer con una conciencia más profunda de sí misma. Finalmente, la princesa se despertará del letargo gracias a la intervención de su príncipe, convertida ya en una mujer madura.
La «moraleja»
El cuento, por tanto, propone a los niños estrategias psíquicas con las que afrontar los retos del crecimiento, pero sin que se sientan obligados a seguirlas ciegamente. Aquellos que actúen con madurez y responsabilidad, como hizo Blancanieves, alcanzarán un final feliz, que no es otra cosa que la superación de los conflictos edípicos propios de la relación entre madre e hija.
Susana GP
Bibliografía recomendada:
- Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Barcelona, Ares y Mares, 2006.