La enfermedad de amor, expresada en forma de erotismo, es una constante en la Tragicomedia de Calisto y Melibea. El joven protagonista de la obra manifiesta obsesivamente su deseo sexual, lascivo y desmedido, hacia su enamorada. Tan ansiosa se vuelve su conducta, que Melibea se lamenta por el exceso de violencia: “Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré; no me destroces ni maltrates como sueles ¿Qué provecho trae dañar mis vestiduras?” Y no menos significativa es la respuesta de Calisto: “Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas”. Calisto es, a todas luces, un hombre libidinoso, y queda vinculado, de este modo, con el resto de la comparsa celestinesca: criados, prostitutas, estudiantes y clérigos abandonados al deseo carnal, y capitaneados por la puta vieja Celestina.
Enfermedad de amor
El impulso sexual irreprimido, manifestado en la idealización extrema del objeto codiciado, han arrastrado, pues, al inexperto Calisto hasta la locura de amor. A esta enfermedad de amor se le designó, ya desde la Antigüedad, amor hereos. Afectaba, principalmente, a los jóvenes varones cortesanos, cuya pauta amorosa se diferenciaba notablemente de la femenina. Algunos médicos la consideraron una patología psíquica con un doble origen, mental (próximo a la melancolía) y físico (comúnmente relacionado con una acumulación excesiva de semen). Sin duda, Fernando de Rojas conocía los tratados médicos que describían la locura de amor, tan de moda entre los escritores de la época, y en cuyos preceptos basó los pasajes citados.
Es característica del loco enamorado la tendencia a la exageración y exhibición de sus síntomas, fácilmente detectables: el enfermo pierde el apetito, padece insomnio, gusta de la soledad y de la concentración obsesiva en su amada, que le aliena e induce su pérdida de atención generalizada. Condensa esta idea la archiconocida sentencia herética de Calisto: “¿Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo”. Se añaden a los síntomas psíquicos los somáticos, tales como la palidez del rostro, la aparición de ojeras, el cansancio, la sudoración, las arritmias, y un largo etcétera. La suma de todos estos fenómenos define la actitud patológica del protagonista:
Calisto: […] Haz de manera que en sólo verte ella a ti juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta, cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte de esta mi secreta enfermedad, según tiene mi lengua y sentido ocupados y consumidos. Tú, como hombre libre de tal pasión, hablarla has a rienda suelta.
Sempronio: […] Mas, ¿cómo iré? Que, en viéndote solo, dices desvaríos de hombre sin seso, suspirando, gimiendo, maltrovando, holgando con lo oscuro, deseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento, donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue placeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates, finalmente, que sepa buscar todo género de dulce pasatiempo para no dejar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos que recibiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.
A pesar de los esfuerzos de Sempronio por distraer al enfermo de su alienación, Calisto no es capaz de distanciarse de la pasión que le enloquece. No hay para él mayor goce que el padecimiento:
Calisto: ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¡Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión! ¡Cuánto descanso traen consigo los quebrantados suspiros! ¡Cuánto relevan y disminuyen los lagrimosos gemidos el dolor! Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.
Sempronio: Lee más adelante, vuelve la hoja. Hallarás que dicen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza, que es igual género de locura.
Bien nos enseña Celestina que el amor “es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte”. Enfermedad de amor que conduce al amor paradójico (dulce malum, en palabras latinas), que proporciona a los dolientes enamorados placer y dolor simultáneos. Enfermedad gozosa de la que no pueden, ni quieren, liberarse sin ayuda. Calisto y Melibea se confiesan enfermos. Celestina será su médico. Y la hechicera conoce la cura: la relación sexual terapéutica. Siguiendo una tradición que dura hasta hoy, el deseo libidinoso de él se calma gozando el objeto sexual, mientras que el amor de ella aumentará tras el ansiado encuentro.
Susana GP
Bibliografía recomendada:
- Eukene Lacarra Lanz, “«¿Ya todos amamos?». La degradación del amor hereos en Celestina”, en Asimetrías genéricas. “Ojos hay que de legañas se enamoran”. Literatura y género, Gipuzkoa, Universidad del País Vasco, 2007, pp. 33-75.
- Bienvenido Morros Mestres, “Melancolía y amor hereos en La Celestina”, Revista de Poética Medieval, 22 (2009), pp. 133-183.
Imagen:
- Ilustración de La Celestina de época renacentista.