Estrés
¿Qué es el Estrés?
El estrés es habitual en nuestra vida y no siempre tiene por qué ser negativo, sino que incluso es necesario. Una característica esencial del ser humano es la facultad de adaptación al cambio, que siempre viene acompañada de estrés. Puede tratarse de acontecimientos negativos – muerte de un ser querido, enfermedad, ruptura amorosa, despido laboral… – o positivos – un ascenso laboral, iniciar una relación sentimental, esperar un hijo… –.
Síntomas del Estrés
Se habla de “estrés bueno”, o euestrés, cuando la respuesta a tales acontecimientos es adecuada (adaptativa). Es decir, el sistema fisiológico se reajusta, manteniéndose de esta forma el equilibrio psicológico. Este tipo de estrés es necesario para adaptarnos a los continuos cambios a los que nos enfrentamos y ayuda a que cuerpo y mente se mantengan en un estado sano y vital.
Sin embargo, cuando lo acontecido demanda un esfuerzo físico y psíquico intenso y prolongado – excesivo –, se puede superar la capacidad de resistencia y de adaptación del organismo, y es entonces cuando se genera el “estrés malo” o distrés. Es este tipo de estrés el que propicia la aparición y mantenimiento de las enfermedades psicosomáticas (psoriasis, alergia, dermatitis, úlceras…), así como los cuadros de ansiedad. También puede llegar a acarrear graves consecuencias en casos extremos (paro cardíaco, ictus cerebral…).
Tal exceso de estrés provoca una fuerte tensión física y emocional, y se manifiesta mediante síntomas físicos como dolores de cabeza, dolores intestinales, rigidez en la zona del cuello o de la espalda, diarrea o estreñimiento, fatiga constante… o síntomas cognitivos como falta de concentración, fallos de memoria y problemas para conciliar el sueño.
Ansiedad y Estrés
A menudo ansiedad y estrés se usan como sinónimos, entendiendo en ambos casos un mismo tipo de reacción emocional, caracterizada por múltiples síntomas físicos (dolores, rigidez, temblores, agitación…) y síntomas psicológicos (inquietud, irritabilidad…). Sin embargo, el estrés es un proceso más amplio de adaptación al entorno frente a determinadas situaciones concretas, convirtiéndose en distrés o estrés «malo» cuando la persona siente que la situación actual «le supera», que carece de la capacidad necesaria para hacerle frente. La ansiedad, en cambio, es una reacción emocional de alerta que surge de anticipar una amenaza real o imaginada.
Pero es habitual que ambos trastornos, ansiedad y estrés, se manifiesten conjuntamente, por lo que el enfoque psicológico de cara a un tratamiento eficaz a menudo comparte mismas premisas terapéuticas.
Tratamiento del Estrés
En una primera entrevista, detectamos el estrés gracias a aquello que nos relata el paciente sobre sus síntomas, sus emociones o sus sensaciones: sensación de frustración, de pérdida de control, irritabilidad excesiva, nerviosismo, confusión…
También tenemos en cuenta los síntomas físicos del estrés, bien porque el propio paciente los describe, bien porque el terapeuta los detecta: tensión, rigidez en la expresión, sudoración, temblores, sequedad en la boca, dolores de cabeza…
Se trata de recabar información a través de todas aquellas variables que se recogen en nuestros protocolos de atención a pacientes, respetando en todo momento el ritmo y los tiempos de cada persona.
Posteriormente, ubicamos esta sintomatología en un diagnóstico diferencial, midiendo la intensidad de la misma, para valorar el tratamiento más apropiado.
En una primera fase del tratamiento, terapeuta y paciente elaboran un registro del estrés, con el objetivo de delimitar al máximo los contextos y las pautas relacionales que los promueven. Posteriormente, se realiza un análisis en profundidad de todo ello en busca de “pequeños desencadenantes” que puedan activar redes neurales asociadas a representaciones mentales de recuerdos o vivencias dolorosas. Son lo que denominamos “disparadores de estrés”.
Una vez identificados estos disparadores, psicólogo y paciente van co-construyendo una descripción exhaustiva de las dinámicas intrapsíquicas que otorgan poder a esos estímulos que desencadenan una reacción desproporcionada, en definitiva, que generan el estrés.
Los disparadores actúan a modo de talismán, con un gran poder sugestivo, por su capacidad de generar reacciones en la persona con sus rasgos simbólicos. En la terapia, psicólogo y paciente llevan a cabo una exploración de la memoria, para entender a qué recuerdo de la biografía conduce dicha simbología, que activa mecanismos de alerta desactualizados, mecanismos de reacción excesivos que desencadenan el estrés.
A lo largo de las sesiones, promovemos la integración de las diferentes memorias del cerebro: de un lado, la memoria semántica, ubicada en la amígdala, que compone el “archivo de las emociones”, y de otro, la memoria episódica, ubicada en el hipocampo, que compone el “archivo de los relatos”. Con el fin de integrar ambas memorias, nos apoyamos en estilos de relación terapéutica capaces de relajar los estados de alerta en la consulta, de modo que el psiquismo – el conjunto de procesos psicológicos que confieren la actividad mental de una persona – incurra en la manifestación de emociones y recuerdos que permitan reprocesar la vivencias pasadas en un contexto seguro.
El estrés, a menudo, no se corresponden tanto con situaciones difíciles actuales, como con el impacto exponencial que las mismas pueden generar por activación de experiencias pasadas, no integradas de forma satisfactoria.
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