¿Qué es la Corrupción?
Una definición genérica de la corrupción podría ser “el abuso de un poder encomendado para beneficio personal” (Transparency International, 2009, p.14), pero en general, entendemos por corrupción un variado numero de conductas, como pueden ser:
- Dar y recibir sobornos.
- La malversación: utilización de fondos públicos para otros fines.
- Fraude: manipular información para conseguir el propio beneficio.
- Extorsión: utilización de la intimidación o violencia para obligar a una persona a realizar alguna acción determinada.
- Favoritismo: trato de favor que obtiene una persona en detrimento de otras que lo merecen igualmente o incluso más.
No obstante, la consideración de conducta corrupta no es homogénea y varía de una sociedad a otra, es decir, es un fenómeno social que depende de los valores, normas y reglas de cada cultura (Julián y Bonavia, 2020).
En los últimos años en nuestro país, los casos de corrupción se han convertido en parte de nuestro día a día: la trama Gürtel o Púnica, los papeles de Panamá o de Bárcenas, el caso de los ERE… y por ello, nos preguntamos:
¿Por qué los que tienen mucho siempre quieren más?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla y desde la Psicología Social se han estudiado algunos de los diferentes elementos que contribuyen a la aparición y mantenimiento de la conducta corrupta:
Aprobación social
En primer lugar, habría que hablar del momento histórico en el que nos encontramos. Vivimos en la época de la Posmodernidad, donde se da un ensalzamiento predominante de las formas, el individualismo y la falta de compromiso social. El estar centrado en uno mismo, en su propio éxito profesional, personal, académico, social, son cuestiones cada vez más predominantes en cada sociedad y cultura.
Actualmente, en nuestra sociedad impera la imagen y nos vemos a través de los ojos de los demás. Nos sentimos reconocidos y obtenemos estatus cuando los demás conocen lo que tenemos. Es decir, nuestros logros son valiosos en la medida que podemos exhibirlos en las redes sociales.
Por otra parte, esto se une a una progresiva pérdida de importancia de valores éticos, como honestidad e integridad. Actualmente, no obtenemos prestigio o estatus por ser buenas personas, las personas honradas no son percibidas como modelos a seguir, sino que lo son aquellas que poseen cosas, que consumen, que “van a la última”, y que además presumen de ello en redes sociales. Hemos pasado de una sociedad regida por valores religiosos a vivir en una sociedad regida por valores materialistas y utilitaristas, donde los bienes materiales y su utilidad son más importantes que los valores fundamentales.
Esto supone el caldo de cultivo para la proliferación, mantenimiento y aceptación de conductas consideradas como corruptas o deshonestas, a través de las cuales se consigue aumentar la posesión material o el beneficio personal, perdiendo importancia el cómo se ha conseguido dicho beneficio, si ha sido mediante medios éticos y/o legales o no. De hecho, se ha visto que percibir el entorno como corrupto contribuye a expandir aún más este comportamiento (Dong, Dulleck y Torgler, 2012), pero en contrapartida, esto acaba generando una menor satisfacción vital percibida en las personas (Tay, Herian y Diener, 2014).
Entornos organizacionales
Por otro lado, se ha visto cómo influyen diferentes aspectos de los entornos organizacionales en la conducta corrupta, por ejemplo, organizaciones con normas laxas, ambiguas, permisivas y con una organización más jerárquica, serán más proclives a la corrupción. Sumado a lo anterior, el comportamiento de los dirigentes de estas organizaciones y si estos persiguen, comparten y/o permiten las prácticas corruptas, será determinante. Si el individuo observa que no se castiga la conducta corrupta y en vez de ello ésta es recompensada, la reproducirá más fácilmente.
Es decir, cuanto más perciba una persona el ambiente organizacional que le rodea como corrupto, más probabilidades habrá de que esa persona lleve a cabo una conducta corrupta. Si el individuo percibe que sus conductas son normales dentro del círculo donde interactúa, entonces no constituirán una violación de las normas del grupo. En un ambiente donde reina la corrupción, será más probable que se reste importancia a las consecuencias en caso de ser descubierto, se distorsionen las normas sociales y que no se replanteen las propias creencias sobre deshonestidad (Cialdini, Reno, y Kallgren, 1990; Gino, Ayal, y Ariely, 2009).
Percepción del riesgo de llevar a cabo la conducta
Las personas que llevan a cabo la conducta corrupta se ven expuestos al riesgo de verse descubiertos y a sus posibles consecuencias. A pesar de que llevar a cabo una conducta corrupta conlleva un riesgo, los participantes en ella suelen subestimar la probabilidad de ser descubiertos, principalmente si ya tienen experiencia en situaciones anteriores similares, ya que esto distorsiona la probabilidad percibida de ser detectados (Djawadi y Fahr, 2013; Kahneman, 2011).
Además, estas personas recurren a estrategias de racionalización que se utilizan como justificación posterior de su conducta corrupta, destacando las “buenas intenciones” detrás de este acto deshonesto (Rabl y Kühlmann, 2009). Los seres humanos somos extraordinariamente buenos para racionalizar actos poco éticos si nos beneficiamos por ello (Søreide, 2014), lo cual nos permite mantener la imagen que tenemos de nosotros mismos como personas íntegras y honradas.
Creencias y valores culturales
Como ya hemos mencionado, hay autores que explican la corrupción a partir de las deficiencias en los valores éticos y morales de la sociedad, así como en la pérdida de lazos prosociales entre los individuos que se sustituyen por un utilitarismo exacerbado. Es decir, actualmente predomina la tendencia a anteponer la utilidad de cualquier aspecto o comportamiento por encima de otras cuestiones más de índole prosocial.
En relación a esto, se ha podido observar como un sistema de valores particularmente meritocráticos, autoritarios, materialistas y caracterizados por la dominancia social están estrechamente relacionados con una mayor tendencia a cometer conductas corruptas (Tan, Liu, Huang, y Zheng, 2017).
Además, el hecho de justificar este sistema de valores, o la continua exposición que sufrimos a imágenes de políticos envueltos en casos de corrupción, son determinantes a la hora de predecir futuras conductas corruptas y que éstas se reproduzcan en vez de verse erradicadas.
Rasgos de personalidad
Diferentes rasgos de personalidad han sido asociados a la conducta corrupta:
- Psicopatía: Marcado comportamiento antisocial, caracterizado por una baja empatía y pocos remordimientos.
- Narcisismo: Admiración excesiva que siente una persona sobre sí misma y que guía su comportamiento.
- Maquiavelismo: Modo de actuar para conseguir lo que uno desea caracterizado por la astucia y la hipocresía.
- Extraversión: Tendencia a relacionarse con los demás y mostrar abiertamente los sentimientos.
- Motivación por recompensas externas (motivación extrínseca): Tipo de motivación en el cual los motivos de realizar una determinada conducta se sitúan en refuerzos externos, como puede ser un salario o elogios.
- Bajos niveles de autoestima: se ha relacionado tener una mayor autoestima con menores niveles de valores materialistas (Liang et al., 2016), lo que a su vez reduciría la tendencia a conductas corruptas.
Como vemos, la explicación que se da a la conducta corrupta desde la Psicología Social es multicausal y, aunque varía de una sociedad a otra, responde a una serie de patrones comunes que se manifiestan y se repiten, con sus particularidades culturales, en las diferentes sociedades.
Elena Zamora Gracia, psicóloga en Aesthesis Psicólogos Madrid
Referencias
Cialdini, R., Reno, R., y Kallgren, C. (1990). A focus theory of normative conduct: Recycling the concept of norms to reduce littering in public places. Journal of Personality and Social Psychology, 58(6), 1015–1026.
Díaz, Á. (2003). Ética y corrupción. Lo público y la democracia. Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, 10(31), 141–151.
Diego, O. (2012). El problema de la corrupción en América Latina y la incorporación de la ética para su solución. Espacios Públicos, 15(35), 48–62.
Djawadi, B. y Fahr, R. (2013). The impact of risk perception and risk attitudes on corrupt behavior: Evidence from a petty corruption experiment. Discussion Paper Series. http://ftp.iza.org/dp7383.pdf
Dong, B., Dulleck, U., y Torgler, B. (2012). Conditional corruption. Journal of Economic Psychology, 33(3), 609–627. https://doi.org/10.1016/j.joep.2011.12.001
Gino, F., Ayal, S., y Ariely, D. (2009). Contagion and differentiation in unethical behavior: The effect of one bad apple on the barrel. Psychological Science, 20(3), 393–398. https://journals.sagepub.com/doi/10.1111/j.1467-9280.2009.02306.x
Julián, M., y Bonavia, T. (2020). Variables psicológicas asociadas a la corrupción: una revisión sistemática. Anales de Psicología/Annals of Psychology, 36(2), 330-339.
Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and slow. Londres, Inglaterra: Penguin Books.
Liang, Y., Liu, L., Tan, X., Huang, Z., Dang, J., y Zheng, W. (2016). The effect of self-esteem on corrupt intention: The mediating role of materialism. Frontiers in Psychology, 7, 1–11. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2016.01063
Rabl, T., y Kühlmann, T. (2009). Why or why not? Rationalizing corruption in organizations. Cross Cultural Management, 16(3), 268–286. https://doi.org/10.1108/13527600910977355
Salgado, C. (2004). El flagelo de la corrupción: conceptualizaciones teóricas y alternativas de solución. Liberabit. Revista de Psicología, (10), 27–40.
Søreide, T. (2014). Drivers of corruption: A brief review. Washington, DC: World Bank Group.
Tan, X., Liu, L., Huang, Z., y Zheng, W. (2017). Working for the Hierarchical System: The Role of Meritocratic Ideology in the Endorsement of Corruption. Political Psychology, 38(3), 469–479.
Tay, L., Herian, M., y Diener, E. (2014). Detrimental Effects of Corruption on Subjective Well-Being: Whether, How, and When. Social Psychological and Personality Science, 5(7), 751–759. https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1948550614528544
Transparency International. (2009). The Anti-Corruption Plain Language Guide. Transparency International. https://www.transparency.org/en/