Los cuentos tradicionales cumplen un papel importante en el desarrollo psíquico de los niños: estimulan su capacidad de imaginar, y les ayudan a resolver los conflictos propios del crecimiento. Sin que el niño tenga conciencia de ello, el cuento le ofrece soluciones a los problemas angustiosos a los que debe enfrentarse durante las distintas fases del desarrollo psíquico.
Este subgénero de la literatura infantil se ha transmitido oralmente y por escrito, de generación en generación, desde tiempos inmemoriales. Entre sus características principales está la variabilidad: durante su larga existencia, los cuentos se han mezclado, contaminado y modificado parcialmente, afirmando así su capacidad de adaptarse a contextos socioculturales diversos. Sólo muy recientemente, como consecuencia de la imposición de una suerte de censura, algunos de sus rasgos esenciales se ven en peligro de desaparecer: los cuentos maravillosos están siendo sometidos a un proceso de dulcificación por el cual se tiende a eliminar el ingrediente violento, alteración que afecta a su función terapéutica.
Es frecuente encontrar en los relatos infantiles componentes perturbadores, tales como la muerte de los progenitores, el odio, la crueldad, e, incluso, la agresión física. Pocos recuerdan ya que en las versiones tradicionales de algunos de los cuentos más difundidos aparece salpicada a lo largo de la trama una dosis moderada de violencia. Así, por ejemplo, las palomas sacaron los ojos a las hermanastras de Cenicienta mientras ésta caminaba hacia el altar; el cazador despellejó al lobo malvado que engulló a Caperucita; la madrastra de Blancanieves ordenó al cazador que le entregara los pulmones y el hígado de la joven para comérselos y, posteriormente, fue castigada a bailar eternamente con unos zapatos de hierro incandescente; Pinocho aplastó a Pepito, su conciencia, harto de recibir lecciones… y así sucesivamente.
Han sido los padres, animados por una cultura excesivamente proteccionista, quienes han suprimido estos fragmentos, convencidos de que han de proteger a sus hijos de sus sentimientos angustiosos. Pero el niño carece de las herramientas racionales para expresar su propia angustia, que con frecuencia manifiesta en forma de miedo a la oscuridad, a los monstruos, a determinados animales, etc. Los mismos, precisamente, que aparecen simbolizados en los cuentos con formas de violencia. Por eso, si los cuentos ocultaran la maldad, en un esfuerzo inútil por acallar los terrores infantiles, se neutralizaría uno de los modos más eficaces para enfrentarse a ellos.
“La creencia común de los padres es que el niño debe ser apartado de lo que más le preocupa: sus ansiedades desconocidas y sin forma, y sus caóticas, airadas e incluso violentas fantasías. Muchos padres están convencidos de que los niños deberían presenciar tan solo la realidad consciente o las imágenes agradables y que colman sus deseos, es decir, deberían conocer únicamente el lado bueno de las cosas. Pero este mundo de una sola cara nutre a la mente de modo unilateral, pues la vida real no siempre es agradable.”
Bruno Bettelheim
Entonces, ¿cómo puede contribuir el cuento a resolver sus conflictos primarios?
El niño no es capaz de asumir las complejidades del mundo del adulto, aún lejano para él, pero sí comprende las aventuras del cuento propias del universo de la imaginación. Sabe que sus personajes no existen en realidad (así se lo confirma la inconcreción del tiempo y el espacio en que se desarrolla el relato: “Había una vez, en un lugar lejano…”), y siente una enorme curiosidad por el componente mágico o maravilloso, que estimula su imaginación, y le hace fantasear con formar parte de aquel lugar prodigioso poblado por seres fantásticos.
Por otro lado, tal como ocurre en su propio estadio mental, la bondad y la maldad están escindidas en los cuentos: el héroe es bueno, el antihéroe malo. La polarización evita la ambigüedad y facilita la comprensión del pequeño, que se identifica con las cualidades positivas del protagonista idealizado, e imagina ser como él.
Mediante este proceso consciente, el niño puede resolver a nivel inconsciente los desafíos psíquicos representados en las peripecias de la ficción. No necesariamente el cuento ha de contener una pedagogía explícita ni un código moralizante. En el pasado, nada se sabía de las modernas teorías pedagógicas o de la psiquiatría infantil; simplemente, los cuentos formaban parte de un sustrato de cultura común que contribuía a solventar los conflictos humanos mediante la diversión.
Susana GP
Bibliografía recomendada:
- Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Barcelona, Ares y Mares, 2006.