Las expresiones “faltar un tornillo”, “perdérsele a uno un tornillo” o “aflojársele a uno un tornillo” en cuanto que usos figurados que se refieren a la locura o a la falta de adecuación a la realidad forman parte del imaginario común español, al menos, desde la época de la Ilustración.
Las metáforas de la locura expresadas mediante términos como tuercas, clavijas, pernos, tornillos y otras piezas metálicas que sirven para enroscar y desenroscar se agrupan en torno a dos acciones opuestas (apretar y aflojar) que se corresponden, a su vez, con dos estados mentales: la adopción de una actitud rígida o severa (con enunciados del tipo “apretar las tuercas”), y la falta de sensatez. Esta segunda metáfora encuentra equivalente en el gesto que se hace colocando el dedo índice sobre la sien y moviendo la mano como si se tratara de un eje para imitar el movimiento que se hace cuando se enrosca algo, si cabe de uso aún más frecuente que el de las expresiones mencionadas.
Es bien sabido que tanto la locura, asociada con el desorden, como la razón, relacionada con el orden y la armonía, se localizan en la cabeza, fuente del contenido mental. A partir de ahí, la vinculación de tuercas y tornillos, piezas materiales, con las ideas inmateriales que se retienen o liberan de la mente, da coherencia a una serie de elementos de índole ideológica (el contacto con la realidad y el uso adecuado de la razón), funcional (en su aspecto mecánico) y antropológica (el miedo y rechazo a la enfermedad).
Interesa ahora detectar el posible origen y contexto de producción de estos enunciados, que han de relacionarse con el desarrollo de la industria, por un lado, y con el de la filosofía ilustrada, por el otro. En la segunda mitad del siglo XVIII, los avances médicos y tecnológicos dieron lugar un nuevo orden de pensamiento que permitió concebir ideas antes inimaginables, y que dará lugar, asimismo, al nacimiento de un nuevo género literario: la ciencia ficción. La introducción de tornillos en la cabeza, por entonces planteada como una iniciativa remota, se hizo realidad gracias a los avances de la neurocirugía, que se sirvió de la implantación de piezas metálicas en la cabeza con fin curativo.
Frankenstein constituye un claro ejemplo de este proceso de simbolización. El famoso monstruo fue creado por Mary Shelley en el año 1816. Si bien la obra fue compuesta en pleno Romanticismo europeo, su autora localiza la trama en un indefinido mil setecientos, época en la que la relación entre ciencia y naturaleza ocupa parte de los debates ilustrados. La base cultural sobre la que se fundamenta la narración es, pues, la de la Ilustración, a la que la familia de la joven escritora estuvo íntimamente ligada.
La representación mental de Frankenstein es la de un monstruo de enormes proporciones, con el rostro lleno de cicatrices, y unos tornillos que le sujetan la cabeza al cuerpo. Paradójicamente, no hay mención en la obra original a ninguna clase de tornillo, añadido posterior que probablemente se deba a la imaginación cinematográfica. Ésta aportó la forma cuadrada de la cabeza, la barbilla angulosa, el poderoso cuello y los pernos, que parecen estar inspirados, a su vez, en un grabado de Goya perteneciente a la serie de Los Caprichos. En “Los Chinchillas”, el genial grabador nos muestra a tres personajes. Los dos que aparecen en primer plano tienen los ojos cerrados (para no ver) y la boca abierta, en actitud pasiva. Cierran sus sienes (y tapan sus oídos, que no oyen) grandes cerrojos. Parece que les faltara la parte superior de la cabeza, el cerebro. Un tercer personaje con los ojos vendados y orejas de burro les alimenta a cucharazos. El propio Goya revela el significado de esta estampa: “Los necios preciados de nobles se entregan á la haraganería y superstición, y cierran con candados su entendimiento, mientras los alimenta groseramente la ignorancia”.
Goya y Mary Shelley comprendían que el hombre estaba inmerso en un proceso de cambio profundo que requería del esfuerzo conjunto de toda la sociedad. Conscientes de la resistencia de muchos sectores a abrazar la Ilustración, denunciaron la falta de humanidad y de compromiso de quienes mantenían voluntariamente su entendimiento cerrado al progreso. Esta base intelectual, unida al desarrollo tecnológico que corría paralelo a la difusión de las nuevas ideas, dio lugar a la consolidación de un repertorio de expresiones que encuentran origen en la convulsión de aquella época.
Susana GP
Bibliografía recomendada:
- Susana Gala Pellicer, “‘Perder un tornillo’: una imagen simbólica en el contexto de la Ilustración”, Culturas Populares 8 (2009), 21pp.
Imagen:
- Francisco de Goya, “Los Chinchillas”, Serie de los Caprichos, 1799