Se calcula que en la actualidad hay más de 13 millones de adictos en el mundo a una gran variedad de sustancias, sobretodo a la cocaína. Numerosas hectáreas son dedicadas a su producción, generando un beneficio colosal que produce millones de dólares en beneficios y pone a aldeas enteras a expensas de los narcotraficantes.
En las montañas de América del Sur, la hoja de coca es una planta sagrada y milenaria. Bajo el Imperio Inca, la quemaban y consumían en las ceremonias en honor al dios Sol. Aún hoy en día, los chamanes indios se sirven de ella para los rituales “adivinatorios”.
En Colombia, Bolivia y Perú, algunos indígenas tradicionalmente mastican las hojas de coca como aporte de energía para resistir la fatiga y disminuir la sensación de hambre. Aunque los campesinos tienen derecho a cultivarla de forma legal para consumo propio o para la fabricación de medicamentos, pueden ganar el doble al vender su cosecha a los laboratorios clandestinos.
¿Qué factores influyen en el inicio del consumo de drogas?
El consumo de drogas suele iniciarse de una manera esporádica y lúdica, pero poco a poco puede pasar a convertirse en una adicción o consumo habitual, e incluso, terminar provocando dependencia en el consumidor. Además, es habitual que comience en la adolescencia con sustancias legales como el alcohol y el tabaco, pasando posteriormente a las ilegales como marihuana, cocaína, heroína, etc.
Existen algunos factores de riesgo que pueden llegar a conducir a la persona al consumo de drogas, y que podemos clasificar del siguiente modo:
- Factores comunitarios. Las creencias de la comunidad sobre el consumo de drogas y la falta de conciencia acerca de sus consecuencias y/o percepción de riesgo, así como la fácil accesibilidad a las mismas, pueden considerarse factores de riesgo ante el uso y abuso de sustancias. El lugar de residencia influye notablemente en el consumo. Por un lado, aquellos que provienen de barrios marginales, donde prima la deprivación social y la desorganización comunitaria, son más propensos a iniciarse en el consumir drogas pues, es más probable que en su día a día estas estén presentes en su entorno, ya sea viendo consumir a su familia, grupo de amigos o compañeros de la escuela, o incluso gente desconocida. Por otro lado, las personas que pertenecen a una clase social alta también son consideradas como un colectivo en riesgo por su alto nivel adquisitivo. Todas ellas son variables que, no estando relacionadas directamente con el consumo, son facilitadores del mismo, sobre todo, en presencia de otros factores de riesgo.
- Factores de tipo social relacionados con los iguales. En la adolescencia el grupo de iguales adquiere mucha importancia en la vida de la persona, llegando a influir notablemente sobre su conducta. En este sentido, si el entorno del adolescente consume drogas, es más probable que ejerza una influencia directa en él a través de la presión, pero también indirecta, mediante la aceptación en el grupo o rechazo. Es decir, el pertenecer a un grupo puede incitar a iniciar el consumo e, incluso, incrementarlo. Pero lo contrario, ser rechazado, también puede ser un factor de riesgo.
- Factores familiares. La relación de apego con los padres influye en la formación de la personalidad y en la adquisición de recursos de afrontamiento ante los conflictos o dificultades, por lo que si no se desarrolla un apego seguro, el adolescente podría comenzar a consumir drogas como un modo de afrontar de manera inadecuada el estrés emocional. Por otro lado, el tipo de crianza es un factor muy relevante ya que un estilo autoritario, permisivo o indiferente puede ser un factor de riesgo ante la adicción. Otros factores podrían ser: clima familiar en el que predominen los conflictos y la inestabilidad emocional, ausencia de uno de los progenitores, consumo por parte de los padres o psicopatología en alguno de ellos, ausencia de normas y/o límites, etc.
- Factores individuales. Algunos de ellos son: padecimiento de otros trastornos psiquiátricos asociados, conductas antisociales, eventos traumáticos en la infancia, impulsividad, búsqueda de sensaciones, etc. Además, las actitudes de uno mismo ante el consumo también son muy importantes ya que la tendencia a la experimentación, ausencia o distorsión en la percepción de riesgo y las falsas creencias sobre los efectos, hacen que la probabilidad de consumo sea mayor. Esto es así porque la persona tenderá a resistirse menos ante la presión social y tendrá más predisposición hacia el consumo.
¿Qué hace que la adicción se mantenga en el tiempo?
Durante la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos alemán, estadounidense e inglés distribuían dosis de anfetaminas a sus soldados para combatir el agotamiento. La inconsciencia de las kamikazes japoneses puede ser explicada, en parte, por su gran consumo de anfetaminas.Tras su derrota, los stocks de las sustancias quedaron a disposición de cualquiera y la adicción a las anfetaminas aumentó entre los japoneses en la postguerra. Durante los años 80 y aunque ya era ilegal el consumo de anfetaminas, 26 millones de personas en el mundo, de los cuales 3 millones eran japoneses, seguían consumiendo de forma regular este tipo de sustancias.
En este fragmento se puede ver el poder adictivo de estas sustancias, entendiendo por adicción la necesidad de realizar una determinada conducta por la búsqueda de placer o alivio de determinadas sensaciones displacenteras, aún sabiendo que a medio o largo plazo dicha conducta (en este caso, el consumo de drogas) tiene efectos negativos a diferentes niveles (personal, económico, social, etc.).
Según Barry Everit, psicólogo experimental de la Universidad de Cambridge, una de las teorías que se mantienen para explicar por qué todas las drogas pueden llegar a ser adictivas, aunque estas sean de diferente tipo (cocaína, anfetaminas, cannabinoides, alcohol, nicotina…) es que: a través de sus zonas de acción primarias, todas convergen de una u otra forma en el circuito de la dopamina, es decir, acaban liberando dopamina en el cerebro.
Se trata de un proceso de recompensa no controlado, bien porque la persona no puede, o bien, porque no quiere, al considerar que esa recompensa sobrepasa cualquier otra. Un ejemplo claro de esto último sería el siguiente: ¿Una galleta ahora, o una tarta después?
Un experimento realizado sobre la impulsividad ha aclarado la diferencia que existe entre las personas con cierto grado de impulsividad, las cuales buscan una gratificación inmediata y son incapaces de esperar una recompensa mejor y mayor, y las que no son impulsivas. Parece ser que esta diferencia radica en el núcleo accumbens del cerebro (centro de recompensa), dañado en el caso de las personas impulsivas, haciendo que estas no puedan esperar recompensas a largo plazo.
¿Hasta qué punto controlamos nuestras propias decisiones y acciones?
El circuito del placer o circuito de recompensa desempeña un papel clave en el desarrollo de la dependencia, tanto en el inicio como en el mantenimiento y las recaídas. El consumo de sustancias “afecta” a dicho circuito consiguiendo que el sujeto aprenda y tienda a consumir, manteniendo en su memoria estímulos contextuales que posteriormente pueden servir de desencadenantes del consumo. Esto explicaría por qué muchos jóvenes tienden a consumir en presencia de sus amigos, en la discoteca, cuando consumen otras drogas, etc. Además, dicho sistema hace que se prolonguen las conductas que al sujeto le proporcionan placer. Este es obtenido por el consumidor, de manera directa o indirecta, a través de las sustancias debido al incremento de la dopamina, lo cual conlleva una intensificación del efecto hedónico.
La recompensa es definida por el comportamiento, y tiene tres funciones:
- Función de aprendizaje. Buscar algo diferente con el fin de obtener una recompensa.
- Comportamiento de acercamiento de la recompensa. Encontrar una recompensa e identificarla como tal hace que la persona se “aproxime”a ella.
- Función emocional. recibir una recompensa provoca felicidad, es decir, tiene propiedades hedonísticas.
Muy relacionado con la adicción, estaría la dependencia, síntomas cognitivos, comportamentales y fisiológicos que indican pérdida de control y continuidad del consumo a pesar de los problemas que esto pueda ocasionar. La persona entra en un proceso en el que necesita el consumo (craving), pudiendo incluso convertirse en un abuso crónico. Cuando se llega a tal situación, la persona sufre los efectos del síndrome de abstinencia y la tolerancia, produciéndose esta cuando el sujeto no logra el mismo efecto con la misma cantidad de consumo, por lo que necesita más cantidad para obtener los mismos efectos que antes obtenía con la dosis habitual.
Como se acaba de mencionar, otro concepto clave al hablar del mantenimiento del consumo de sustancias es el síndrome de abstinencia, siendo el conjunto de síntomas físicos y de expresividad psíquica que aparecen cuando la persona suspende el consumo de manera brusca, iniciándose pocas horas después del último consumo y finalizando unos cuantos días después. Algo que ilustra muy bien este concepto es la frecuencia con que las personas adictas a algún tipo de sustancias consumen por “tener mono”, evitando así el cuadro de abstinencia, relacionado este a su vez con la recaída.
Por último, hacer hincapié en que además de tener en cuenta el tipo de droga y la proporción tomada, las diferencias en la anatomía del cerebro de cada individuo, del ambiente y contexto social en el que se desenvuelve, el pasado de la persona, y en definitiva, lo que realiza en su día a día (conducta alimentaria, trabajo, deporte, ocio…) resultan ser factores que pueden incidir en la continuidad de consumo o no.
Laura Cruz Navarro
Patricia Durán Sánchez
Referencias bibliográficas
Becoña, E. (2000). Los adolescentes y el consumo de drogas. Revista Papeles del psicólogo, 77.
Becoña, E., Cortés, M., Arias, F., Barreiro, C., Berdullas, J., Iraurgui, I., Llorente, J. M., López, A., Madoz, A., Martínez, J. M., Ochoa, E., Palau, C., Palomares, A. y Villanueva, V. J., (2011). Manual de adicciones para psicólogos especialistas en psicología clínica en formación. Madrid: Sociodrogalcohol.
Espada, J., Méndez, X., Griifin, K., y Botvin, G. (2003). Adolescencia: consumo de alcohol y otras drogas. Papeles del psicólogo, 84.