Es muy posible que a lo largo de toda una vida nos veamos expuestos a situaciones potencialmente traumáticas (accidentes, robos, situaciones de violencia…). Sin embargo, un hecho objetivo y concreto no es traumático en sí mismo: el que pueda llegar a convertirse en algo traumático depende de las características de la persona, de sus recursos, historia y vivencias pasadas. Cuando la experiencia vivida se convierte en algo que la persona empieza a no poder manejar por sí misma, y su calidad de vida empieza afectada y limitada, es posible que estemos hablando de un “Trastorno de Estrés Post-Traumático”.
Desde hace años se viene utilizando este término para explicar no sólo el que la persona haya estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que ha experimentado, presenciado o le hayan explicado uno (o más) acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás, sino también el hecho de que haya respondido con un temor, una desesperanza u horror intensos. En el caso de niños y niñas – como sucede con otros muchos trastornos psicológicos – estas respuestas pueden expresarse en comportamientos cualitativamente diferentes (por ejemplo, comportamientos desestructurados o agitados).
Para que podamos estar hablando de este trastorno, el acontecimiento traumático debe ser reexperimentado persistentemente a través de:
- Recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusivos que provocan malestar y en los que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones (en el caso de niños podría expresarse a modo de juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos característicos del trauma) y sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento, que producen malestar.
- La persona actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo, es decir, siente estar reviviendo la experiencia (por ejemplo, a modo de flashbacks).
- Pueden aparecer respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático[i].
La persona que esté sufriendo esta situación, hará todo lo posible por evitar aquello que le recuerde al suceso, es decir, hará esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre lo que pasó, esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma. Posiblemente tendrá también dificultades para recordar algunos aspectos de la situación (“lagunas”).
Una de las sensaciones que normalmente experimentan personas que hayan pasado por esto es la sensación de un futuro desolador, es decir, es como que el pensamiento está teñido de prejuicios negativos hacia el futuro (p. ej., no espera obtener un empleo, casarse, formar una familia o, en definitiva, llevar una vida normal).
A nivel físico, este estado de ánimo tiene también importantes consecuencias: habrá un aumento generalizado de la activación, con dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad o ataques de ira, dificultades para concentrarse, hipervigilancia y/o respuestas exageradas de sobresalto.
Más allá de esta parte tan disruptiva en el día a día de la persona, sin duda sufrir este trastorno tiene otras muchas consecuencias: se perderá el interés por participar en actividades significativas, habrá sensación de desapego frente a los demás, la vida afectiva se verá restringida (por ejemplo, incapacidad para tener sentimientos de amor), dificultades para desempeñar el trabajo habitual,… Es decir, se verán afectadas diversas áreas de la actividad de la persona.
Llegado este punto, acudir a una psicóloga o psicólogo clínico se hace indispensable, ya que estos niveles de angustia y ansiedad son tremendamente difíciles de manejar por uno mismo. Las personas más cercanas tampoco sabrán cómo hacer o cómo ayudar en estos casos, ya que no siempre es fácil comprender como se siente una persona en esta situación (“¡pero si ya ha pasado mucho tiempo!”, “yo creo que tampoco es para tanto… hay que seguir viviendo”…).
Judith Herman, en su libro “Trauma y recuperación”[ii], describe de forma brillante en la introducción de su libro de qué hablamos cuando hablamos de trauma:
“La respuesta habitual a las atrocidades es borrarlas de la conciencia. Ciertas violaciones del orden social son demasiado terribles como para pronunciarlas en voz alta: ese es el significado de la palabra impronunciable.
Las atrocidades, no obstante, se niegan a ser enterradas. Igual de poderoso que el deseo de negar las atrocidades es el convencimiento de que la negación no funciona. La sabiduría popular está llena de fantasmas que se niegan a descansar en sus tumbas hasta que se cuente su historia. Recordar y contar la verdad sobre acontecimientos terribles son dos requisitos imprescindibles para el restablecimiento del orden social y para la curación de las víctimas individuales.
El conflicto entre la voluntad de negar los acontecimientos horribles y la voluntad de desvelarlos es la dialéctica central del trauma psicológico. La gente que ha sobrevivido a atrocidades a menudo cuenta su historia de una manera altamente emocional, contradictoria y fatigada que resquebraja su credibilidad y, por lo tanto, cumple dos requisitos imprescindibles: decir la verdad y mantener el secreto. Cuando por fin se reconoce la verdad, los supervivientes pueden empezar su curación. Pero, con demasiada frecuencia, el secreto es el que gana historia, y la historia de ese acontecimiento traumático no sale a la superficie como una narración verbal, sino como un síntoma.
Los síntomas de angustia psicológica de las personas traumatizadas llaman la atención sobre la existencia de un secreto impronunciable y, al mismo tiempo, distraen la atención de ella. Esto resulta aún más aparente en la forma en que las personas traumatizadas fluctúan entre mostrarse indolentes y revivir el acontecimiento. La dialéctica del trauma da paso a complicadas, y en ocasiones misteriosas, alteraciones de la conciencia, que George Orwell, uno de los más comprometidos defensores de la verdad en nuestro tiempo, llamó “pensamiento doble” y que los profesionales de la salud mental, que buscan una definición tranquila y precisa, llaman “disociación”. Esto tiene como resultado los síntomas proteiformes, dramáticos y a menudo extraños de la histeria, que Freud reconoció hace un siglo como una expresión disfrazada del abuso sexual durante la infancia.
Tanto los testigos como las víctimas son susceptibles de la dialéctica del trauma. Al observador le resulta difícil mantener una mente clara y tranquila, ver más que unos pocos fragmentos de la imagen total, retener todas las piezas y ser capaz de encajarlas. Todavía es más difícil encontrar un idioma que pueda describir total y gráficamente todo lo que han visto. Aquellos que intentan describir las atrocidades de las que han sido testigos también arriesgan su propia credibilidad. Hablar en público sobre lo que uno conoce acerca de dichas atrocidades es invitar al estigma que persigue a sus víctimas.
El conocimiento de acontecimientos terribles entra de vez en cuando en la conciencia pública, pero raramente ésta lo retiene durante mucho tiempo. Negación, depresión y disociación operan tanto a nivel social como individual. El estudio del trauma psicológico tiene una historia “contracultural”. Al igual que a las personas traumatizadas, se nos ha impedido el conocimiento de nuestro pasado. Y, lo mismo que ellas, nosotros también necesitamos comprender el pasado para reclamar el presente y el futuro. Por consiguiente, para comprender el trauma psicológico debemos comenzar redescubriendo la historia.
Los psicólogos clínicos conocen el momento privilegiado en que las ideas, sentimientos y recuerdos reprimidos salen a la superficie en la conciencia. Esos momentos ocurren tanto en la historia de las sociedades como de los individuos. En los años setenta, los portavoces del movimiento de liberación femenino llevaron a la conciencia pública los frecuentes crímenes de la violencia de género. Las víctimas que habían sido silenciadas empezaron a contar sus secretos. Como residente de psiquiatría, escuché de mis pacientes numerosas historias sobre violencia sexual y doméstica. Debido a mi afiliación al movimiento feminista, pude hablar en contra de la negación de las auténticas experiencias de las mujeres dentro de mi propia profesión y exponer aquellos hechos de los que había sido testigo. Mi primera ponencia sobre el incesto, escrita junto a Lisa Hirschman en 1976, empezó a circular “clandestinamente” como manuscrito un año antes de su publicación. Empezamos a recibir cartas de mujeres de todo el país que nunca antes habían contado sus historias. Gracias a ellas nos dimos cuenta del poder que tenía decir lo indecible y fuimos testigos de primera mano de la energía creativa que se libera cuando se derriban las barreras de la negación y la represión”.
Sandra Toribio Caballero – Psicoterapeuta (Psicóloga Col. Num. M-21691).
[i] DSM-IV-TR. Breviario. Criterios diagnósticos. (2002). Editorial Masson.
[ii] Herman, J. (2004). Trauma y recuperación. Espasa Calpe S.A.